
🔸 En un artículo titulado “Derecha vicaria”, Monreal denuncia lo que considera una forma renovada de agresión política, camuflada bajo los ropajes de la crítica democrática.
#CDMX | La política mexicana se ha vuelto un campo donde no solo se disputa el poder, sino donde se juega —sin reglas— el linchamiento simbólico. En días recientes, Andrés Manuel López Beltrán, hijo del expresidente López Obrador y actual secretario de Organización de Morena, se ha convertido en blanco de una ofensiva que, lejos de obedecer a razones estrictamente políticas, revela una intención más profunda: herir al padre a través del hijo.
El senador Ricardo Monreal lo ha llamado por su nombre: violencia vicaria. En un artículo titulado “Derecha vicaria”, Monreal denuncia lo que considera una forma renovada de agresión política, camuflada bajo los ropajes de la crítica democrática, pero que en realidad responde a un instinto primario de revancha. “La oposición antilopezobradorista ha dirigido sus baterías contra el vástago del expresidente que es más visible, más vigente en la vida pública”, escribe.
La figura de la violencia vicaria —definida por la Universidad Complutense de Madrid como una de las más crueles formas de daño emocional, ejercida a través de terceros inocentes— cobra un nuevo significado cuando se inserta en la arena política. Si en su forma original esta violencia se dirigía principalmente contra mujeres y sus hijos, hoy se convierte, según Monreal, en un mecanismo de agresión simbólica dirigido contra los descendientes de figuras públicas. En este caso, Andrés López Beltrán es víctima de un castigo sustitutivo.
Lo que se ha presentado como un reclamo por “malos resultados” en la elección judicial o por presuntos “tropiezos” en Durango y Veracruz, carece de fundamento sólido. Morena y sus aliados salieron fortalecidos en ambos frentes. Como bien señala Claudia Sheinbaum, más de 13 millones de personas participaron en la elección del Poder Judicial, una cifra ampliamente superior a los votos que tradicionalmente decidían los senadores. Y en el terreno local, la coalición gobernará más municipios que antes.
Entonces, ¿de dónde viene este ataque? La respuesta, como sugiere Monreal, está en los impulsos más oscuros de la psicología política: odio, envidia, desprecio. Impulsos que, si en el sicariato buscan una ganancia económica, en la violencia vicaria se contentan con la satisfacción simbólica de dañar al otro a través de lo que más ama o representa. “Desde los tiempos bíblicos, una forma de atacar al padre es atacar al hijo”, recuerda el senador.
Más allá del caso específico, lo preocupante es el precedente. Si la oposición convierte en estrategia el hostigamiento de familiares —culpables solo por asociación de sangre—, entonces el debate público se hunde en una lógica tribal, donde la democracia es sustituida por la venganza personal.
En lugar de consolidar una oposición crítica y propositiva, lo que emerge es una derecha que —en palabras de Monreal— no busca quién se la hizo, sino quién se la pague. Y ese tipo de política, que golpea sin construir, que destruye sin alternativa, no le sirve ni a sus impulsores ni al país.
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