Este suceso causó estragos en todo el mundo lo cual reveló algunas realidades incómodas sobre las bases de nuestra vida digital, y lo frágiles que pueden llegar a ser.
El apagón demostró que incluso la plataforma de una empresa enorme como Microsoft, con sus grandes recursos y su enorme inversión en una robusta seguridad de los sistemas, podía quedar sacudida por un error accidental de una actualización de software emitida por una empresa independiente de ciberseguridad.
Y con un impacto catastrófico, porque los computadores de Microsoft están en el centro de gran parte de nuestra infraestructura tecnológica.
Pone de manifiesto lo dependientes que nos hemos vuelto de esas infraestructuras y lo indefensos que quedamos cuando algo sale mal y escapa a nuestro control.
El consejo de un experto en informática para quienes se vieron atrapados en el revuelo fue “tener paciencia”, pero no cabe duda que paciencia es lo último que muchos sintieron en ese momento pero, sinceramente, era la única acción posible para la mayoría de nosotros.
En la publicación especializada Computer Weekly, Owen Sayers escribió que la interrupción también demostró “el inmenso riesgo al que nos enfrentamos si ponemos todos los huevos en el mismo enorme cesto mundial” y se refería al enorme número de empresas, servicios y personas que utilizan un único proveedor de informática.
Como consumidor, es difícil evitar este dominio: si compras en una tienda y pagas con tarjeta o con tu teléfono, dependes de la tecnología de otro para procesar tu transacción sin problemas. Cada vez es menos probable que puedas tener otra opción: muchos comercios ya no aceptan dinero en efectivo.
Lo que ocurrió el viernes no fue un ciberataque, y Microsoft se apresuró a señalar que la interrupción no fue culpa suya, aunque es evidente que sigue habiendo dudas sobre cómo se coló exactamente la desastrosa actualización Falcon de la empresa de ciberseguridad CrowdStrike.
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